Un poco en la línea del último post que trataba sobre la comunión del marino con su barco. Os dejo esta entrada, escrita en la mar una fría noche de invierno cerca de aguas canadienses. No es del señor Conrad, sino de este modesto pescador gallego. Aun así espero que sea capaz de acercaros un poquito a ese amor/camaradería que siente el marino hacia su barco. Os recomiendo que no os perdáis el video que os dejo al final, es un poco de… "Para muestra un botón". Buena mar.
LA COMPAÑERA IDEAL
Este martes pasado, y como viene siendo norma habitual en los últimos años en este mes de febrero (ignoro el porque), habría que preguntárselo a esos chicos tan guapos, y que con tanta simpatía salen a la hora del café en nuestros televisores diciéndonos si mañana toca paraguas, o toca bañador. O sino, mejor a aquel marinero que navego conmigo hace años, parroquiano de un pueblecito cercano a Cangas del Morrazo y todo un erudito en preediciones meteorológicas. Me acuerdo que me decía: -“Patrón, mañan temos vento”-. “Hostias, Salvador...¿e porque?”, -“Porque a levante claro e poniente oscuro...temporal sejuro”, me contestaba el abuelo-. “!Manda carallo!, ¿E foche a universidade pra aprender iso ou aprendechelo ti solo?”-, replicaba yo.
Bueno, el caso es que este martes pasado nos toco bailar con la mas fea. Una borrasca atlántica de 950 milibares nos hizo el honor de hacernos una visitilla al SE de Newfounland (Canada), peinándonos las barbas con vientos de fuerza diez.
Y para poneros en antecedentes y que sepáis un poco de lo que hablamos; transcribo la denominación de este grado de viento según la escala “Beaufort” y “Douglas” de viento y mar, -que podréis consultar en cualquier tratado de náutica o de meteorología-
Dice lo siguiente... Fuerza diez a once: Vientos de entre cuarenta a sesenta nudos/ Temporal muy duro, olas extraordinariamente altas con crestas muy extensas que rompen/ La mar aparece blanca de espuma/ Balances fuertes y duros/ Visibilidad escasa a causa de la espuma en suspensión en la atmósfera/ Domina el fragor de la mar.
Bien... Hecha esta puntualización me gustaría hablar ahora, sobre el vínculo del marino con el barco cuando las cosas se ponen de manera, que...lo prudente seria una retirada, pues va haber hostias y sabes que va a apañar todocristo. Pero a veces...esa retirada es imposible o arto difícil
El vínculo entre un marino y su barco va más allá de ser considerado como el lugar donde pasa la mayor parte de su vida, va más allá de ser su medio para ganarse esa vida.
Llegado un momento deja de ser un conglomerado de chapas y soldaduras o un caótico enjambre de maquinaria; cobra vida propia y mantiene la tuya. Se crea entre marino y barco un contrato silencioso, un...-Tu me cuidas y yo cuido de ti-.
A partir de ahora voy a referirme a mi barco usando el genero femenino, no por aquello del termino “nave”, o porque el sexismo en el lenguaje sea un tema tan traído y llevado últimamente, sino por que me gusta mas, y porque desde que la conocí hace ya once años, la bautice con el nombre de “Heidi” por su similitud con su nombre real y por que me recuerda, aquel personaje de dibujos animados con el que me crié cuando la veo brincar enseñando la quilla de balance, el espejo de popa, etc. al igual que hacia la niña de lo Alpes.
Pues bien, como decía, ella se preocupa por mí y yo por ella, los dos formamos una pareja perfecta, no nos duplicamos las cargas ni los deberes, nos los repartimos haciendo cada uno lo que mejor sabe hacer, cual matrimonio bien compenetrado.
Es muy importante esta comunión entre el marino y su barco ya que cuando esos dos viejos e indestructibles adversarios –el dios Neptuno y su colega de perrerías, el viejo Eolo- se juntan, no ofrecen concesiones, ni conocen la palabra piedad, ni compasión, ni misericordia...son implacables. Y solamente tu con tu conocimiento, tu prudencia y tu pericia...y ella con su resistencia y su buen hacer, acompañado todo esto de una pequeña dosis de suerte, hace que puedas ganar momentáneamente la partida.
La verdad que es una buena terapia para templar los nervios, enfrentarte mano a mano con vientos de sesenta nudos y olas de diez a catorce metros. Subir y bajar esos mares que desde tu pequeña perspectiva ves como verdaderas montañas de agua, a pesar de tener tan solo una docena de metros, es en verdad, -y creedme...se de lo que hablo- una experiencia alucinante.
Cuando un muro de agua se precipita hacia ti con las fauces abiertas, pues así lo parece la cresta de una gran ola cuando trae rompiente, y esos rociones blancos se peinan al contrario de la dirección de la misma debido a la fuerza del viento, a veces incluso llegas a ver las amenazantes astas blancas de un enorme morlaco en medio de esa espuma. -Supongo que un maestro de la lidia debe de sentir algo parecido cuando un enorme miura se abalanza sobre el, y este...firme y sin pestañear se dispone a darle un capotazo-.
En esos instantes le susurras a tu barco: -¡Vamos bonita...pórtate!- y te preparas a subir por el seno de la ola arriba. Con una mano aguantas firme el timón y con la otra empujas la palanca del motor hacia delante dándole 200 revoluciones mas, justo las suficientes para que suba bien el repecho y no pierda el gobierno a medio camino.
Si lo haces bien, ella se deja querer y no golpea contra ese muro azul, orienta la proa al cielo y sube a través del seno de la ola sin problemas. Lo peor esta por venir...y llega de súbito. La cresta te envite y en unos segundos todo desaparece, solo hay agua y espuma a tu alrededor, la adrenalina llega a borbotones a tu cerebro, el barco escora violentamente y esta vez la proa es orientada hacia el infierno, comienza la galopada salvaje, el descenso es vertiginoso, quitas maquina y dejas que la inercia y la fuerza de la gravedad se ocupen del resto mientras te sujetas firmemente a cualquier cosa sólida que tengas a mano, preparándote para el segundo envite, -este es el peor- el barco mete la proa y una enorme cantidad de mar embarca a bordo inundando la cubierta, mientras se abre ante tus ojos un gran abanico de agua y espuma; el frenazo es brutal, violento, salvaje. Y transcurridos unos segundos, ella... fiel a su compromiso de “Tu me cuidas, yo te cuido”...se adriza, se estabiliza y a ti solo te queda exclamar: Uauuuuu...! Esta es mi chica!.
Momentos así es donde un marino ve y comprueba donde están los límites de su barco: si es noble en la caída (cae derecho, no escora a la banda), si recupera bien después del estrochon, etc. Al mismo tiempo también compruebas hasta donde llegan tus límites, y esto como dije antes, ayuda a templar tus nervios en situaciones difíciles, ya que a lo largo de tu vida profesional, las tendrás...y por desgracia muchas veces.
Situaciones así son la mejor escuela para un marino, ya que la imprudencia, los titubeos y las decisiones mal acertadas, en la mar...!se pagan!
En la mar a 23 de febrero del 2006