El tranvia de medianoche

La verdad me sería muy difícil contestar a alguien que me preguntase por mis razones para haberme retirado casi por completo de este mundo de los blogs, faceboock y demás. Ocurre casi de repente, sin proponértelo en ningún instante, casi como un pequeño descuido. Sin intervenir en el fallo ni la bajamar de mi propia vida, ni el cansancio interior; y tampoco creo que haya sido parte concluyente la progresiva transformación del ambiente en el que solía bogar o ciar.
Dejando a un lado cualquier cavilación más inteligente sobre el tema, creo que fui arrollado por esa ola que hace que no te parezca ya entretenido el aburrimiento con el que antes tanto te habías abstraído. A lo mejor es que los pixeles reciclados en cordura son una especie de extravagante anomalía que nos aparta de aquellas emociones que nos habían arrastrado a un galimatías en el que, sin saberlo nosotros, carecia del suficiente atractivo para seguir traspapelado en el. También pudo haber influido que las noches de verano se llenasen de efluvios de sudor y azahar, dos olores que envician excesivamente la realidad hasta reducirla a las escuetas extensiones propagandísticas de un prospecto.

Pero sigo sin tener claro las razones de mi desbandada. Tal vez puede ser que empezara a repetirme en las historias de mi vida convirtiendo estas en una especie de hervidero de hielo, como una película en la que por culpa de un súper largo metraje llegasen a bostezar incluso los figurantes. La verdad es que se hace difícil de llevar estas noches en las que hasta la espontaneidad es el resultado de extensos y tediosos trámites. Y donde no ocurre nada, absolutamente nada… que no mejore el olvidarlas.

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