Mira a ese muchacho que va a embarcar por primera vez, deambulando a bordo, perdido y desamparado como una embarcación que lleva su velamen sin que ningún timonel lleve el timón. Si supiera que cada día de su vida de marinero aprenderá algo y que al dejar la mar no lo sabrá todo, renunciaría. Si es fuerte, cuando empiece a desenvolverse bien, cuando para el la mar no sea solo una masa de agua, cuando empiece a ver como se dibujan en esa masa movimientos con un sentido y consiga descifrar el cielo y los vientos, le será imposible renunciar. Está obligado a entregarse, cada año más. Al principio es casi un juego, luego la mar y el barco hacen de él un esclavo. Por último, llega el día en que cree dominarlos, ser su amo. Pero nadie posee la mar, se es poseído por ella.
Edouard Peisson (El hombre de mar; 1943)
Sabias palabras las del refranero con aquel dicho de: “Sabe más el diablo por viejo que por diablo”. Digo esto, pues esta mañana arengaba a un mocetón bien acuartelado de músculos, pero con menos sangre que cazon seco, e imberbe en experiencia y oficio. Obteniendo como respuesta del susodicho, un...“eu farei o que poida” (haré lo que pueda), mientras me daba la espalda y hacia un despectivo gesto con sus hombros. Ni que decir tiene, que la replica de este que suscribe a tamaña desidia, pereza y falta de educación por parte del descarado mocetón, (ya que precisamente no es la mesura una de mis principales virtudes), fue una “leve” bronca -y entrecomillo leve-, precisamente por eso; por que fue leve, mas propia de un rapapolvos de padre a hijo que una buena andanada del calibre veinticuatro largada por boca de patrón... pues ahora, hay que guardarse muy mucho del tono empleado a bordo y mas si este es dirigido a un tripulante de distinta raza o país, -que hoy por hoy son los que forman la casi totalidad de la marinería- no vaya a ser que te pases la roja de escollera y en tu llegada a tierra te encuentres con representantes de la CIGA, UGT o Comisiones, esperándote a pie de escalerilla para acusarte con saña de xenófobo o racista.
Más tarde en el puente; confesionario donde expío mis culpas y reflexiono mis actos. Recordaba entre volutas azules de humo, mis duros aprendizajes y el enorme respeto que teníamos -ya no digo a contramaestres u oficiales- sino aquellos otros marineros que simplemente por ser más mayores que uno y tener más mili a sus espaldas, eran, o los considerábamos más sabios.
En aquella época las dotaciones estaban compuestas en su mayoría por españoles, a excepción de algún nativo obligado a tener a bordo -pues asi lo exigía la oportuna licencia que nos permitiera trabajar en sus aguas-. Las atenciones o consideraciones de los contramaestres con la marinería en aquellos tiempos (aunque fueran vecinos) eran escasas o más bien nulas. Muchas fueron las veces que mis dedos sintieron los secos y dolorosos golpes de la aguja de atar redes de mi contramaestre, por no prestar atención o simplemente perder la cuenta de los ballestrinques al apuntalar dos paños de red...Primero: -¡Plas!, en las uñas, y después: -¡Neno atende o chollo, joder!. Huelga decir que solo te explicaban las cosas una vez y después...!Zafate!, aplicando aquel viejo dicho marinero: “De noche se avisa solo una vez, y de día ninguna”. Era tu propio cuerpo, por la cuenta que le tenía, el que espabilaba incluso más rápido que tu mente. Aquellos hombres duros y bragados con los que te tocaba convivir seis largos meses en la mar siendo tú un jovencito recientemente destetado, eran simplemente de los de...mariconadas las mínimas.
Pase muchas noches amadrinado a ese sentimiento de cachorro abandonado, de necesidad de un mínimo afecto, de tener que lamerme mis propias heridas, cuando corría la toalla, que hacia el servicio de cortina en aquel desvencijado catre. Teniendo solo como consuelo la foto de la familia y la novia...contemplándolas ambas con amargura y aguantando lo sollozos que nacían en lo más profundo de mi pecho. Mientras esos rudos veteranos se ponían hasta el culo de cubatas, entre risas, cuarenta en bastos y cierres a blancas. Recuerdo los sufrimientos, las penurias y el dolor de las manos, cuando nada mas levantarte para la maniobra quedabas perplejo con aquellos sabios consejos de los viejos lobos que te decían que mearas en ellas. – ¿Mear en las manos?, tú te drogas tío- decía yo, negándome a tal cosa. Hasta que comprendí que si no lo hacía antes de empezar la faena; secas como estaban y encogidas como garfios, se rompían inmisericordes por las falanges, produciéndome un calvario de dolor y quemazón que tardaba sus buenos días en curar puesto que siempre estaban mojadas y llenas de sal.
Pero los peores dolores, además de los del alma y los físicos anteriormente nombrados, los producía el sueño. El sueño, es el peor de los tormentos en la mar, y de verdad os lo digo. Pero no ese sueño de una noche en vela, no....el otro. El de cienes de noches, el de dormir de pie frente a una descabezadora de merluza, o encima de los húmedos cartones de embalar filete. El de no importarte el frio y acolcharte encima de un aparejo para aprovechar diez minutos mas, el de veinte horas continuas de trabajo y cuatro de descanso...Que no eran cuatro, pues entre la ducha, un bocata que te metías entre pecho y espalda, y diez minutos llorandole tus penas a tu compañero mientras acababas el cigarrillo, se te quedaban en tres. Días y noches interminables en las Islas Malvinas con aquella lluvia helada que nunca tenía fin, aquellos cielos grises y plomizos de continuo, aquellas eternas singladuras que no finalizaban hasta llenarles la panza a aquellos monstruosos arrastreros de hasta tres mil toneladas. Verdaderas factorías flotantes donde se procesaban diariamente sesenta toneladas de calamar o merluza... Y si, habéis oído bien “sesenta mil kilos diarios” de pescado que había que extraerle al mar en arduas y peligrosas labores de virado y arriado de aparejos, para después clasificarlo, congelarlo, descargarlo y estibarlo en las bodegas...treinta hombres para hacer esa penitente labor y a ninguno se nos ocurriría nunca decirle a un contramaestre, cuanto menos al patrón o capitan “yo haré lo que pueda”...
Y por si algún joven piensa que estoy hablando de los tiempos en que el cabo Finisterre era aun soldado raso, se equivoca al ciento...pues de esto hace tan solo un par de decenas de años, que aunque este que suscribe tenga ya percebes en los huevos, de momento aun está viviendo la juventud de su madurez.
Publicado por el Capitan Tormentas en “Sextante” el 4 de Julio del 2007