SU HUELLA

La mar es una enloquecida amante de furores y caprichos: pero si algo enseña de verdad es a tener mucha paciencia. Hay que sentir el barco bajo un viento intenso, sin posibilidad de huida, forzándolo a ponerse a la capa, como su marcha es un prodigio de paciente obstinación. El peligro que arrastra es tan hermoso como la perseverancia en soslayar el obstáculo.
Más de un marinero me ha contado que habiendo sido enrolado de crio por su padre o por su tío, le daba pavor la mar tempestuosa, y que había sufrido violentos mareos. Pero que había que obedecer, como obedece el barco a la mano que lo gobierna. A la larga ese miedo se volvía audacia, y el corazón se curte. Este importante trabajo no se consigue en un día, como tampoco la viril firmeza de esos rostros. La mar ha limado esas caras de año en año, de padre a hijo, igual que ha pulido las rocas de la orilla. Y esa mar que con frecuencia nos mata, nos da también lo más noble que tenemos: el firme valor, el alma atenta, la paciencia, el reflejo en los ojos de la muerte aceptada… y esa es su huella en nosotros.

Desde altas latitudes australes y capeando un fuerte temporal, dedico estas líneas a los dos marineros desaparecidos esta noche en un pesquero al sur del rio de la Plata (Argentina)

En la mar a 31 de Octubre del 20102

Mi vacuna



El gran placer de los viajes oceánicos es que, a diferencia de la navegación por un día, a medida que la tierra va quedando atrás, te vas liberando de las tormentas y preocupaciones que te golpeaban en tierra firme, de todas las cosas que deberías de haber llevado a cabo pero has dejado pendientes, de todos los residuos insignificantes y cuestiones superfluas, de tu existencia ordinaria, como si fuera una serpiente que se desprende de su piel seca. Te sientes desempolvado y vivo otra vez. No puedes solucionar ninguno de esos viejos problemas, esa es la pura verdad, por lo que los olvidas y te limitas a ocuparte de la navegación y la vida… porque hacer las cosas bien cuando surcas los mares en un barco es, sencillamente una cuestión de supervivencia.
Este prodigio que reduce a las personas a su esencia, se produce cada vez que dejas tierra. Y del mismo modo cuando finalmente la intuyes, te invade una morriña de la misma y misteriosamente, te sientes otra vez ansioso por pisarla y dispuesto a sumergirte de nuevo en ese atosigante lodazal de preocupaciones.

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