29-S

Siempre pensé que las huelgas generales servían de fermento para que se produjera entre nosotros la convulsión social oportuna de la que pudiera derivarse un nuevo orden en la relación de los ciudadanos con sus gobernantes, dando por extinguido un modelo en el que la eficacia de los políticos se demuestra secundaria respecto de su soberbia, su prepotencia y su despilfarro. Y que al mismo tiempo, esta fuera base de un estallido social que se llevara por delante una manera de hacer política en la que sus "profesionales" se sirven de las urnas para evitar que su merecido destino sea el furgón de la Policía o un banquillo en el juzgado.
Pero no, en este país de navaja y tortilla el derrocamiento de jerarcas atornillados a sus puestos solo pasa por papeletas cívicas que trastoquen su mundo de ganadores a perdedores, olvidando que perdedor no es el que sale derrotado de las urnas sino el que perdió la familia, el empleo, la salud y la esperanza.
Hago mías las palabras de Maese Reverte cuando se lamentaba profundamente que este país no hubiera parido un Joseph Guillotin. De haber sido así otro gallo nos hubiera cantado.

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