A VIUDA



Conozco un lugar donde la gente entre taza y taza de ribeiro, nace, crece y muere en gallego. Donde la vida fluye de manera natural y espontanea a la hora del ángelus sin campanas que lo pregonen. Donde la ausencia no solamente es una actitud pensativa reservada exclusivamente a esos enigmáticos rostros cincelados por el viento y la sal que lo frecuentan.
Uno de esos sitios donde descubres lo agradable que resulta a veces la empalagosa e insensible tolerancia de la amistad en unos parroquianos que solamente fueron juiciosos cuando ya la salud les impidió ser temerarios; ese tipo de hombres a los cuales el denso humo del tabaco les sigue rebajando dos notas la voz cada vez que hablan de esa mar. Que en su boca, y cuarteada en meridianos y paralelos, en brazas y en millas, en pozos y en puntales, se te hace grafica en el alma hasta el punto de ser más reconocible y familiar que el pasillo de tu propia casa, a nada que hiles la conversación.
Un lugar donde las piedras hablan un idioma tan viejo que te hacen recordar el olvido, y la madera huele a bajamar, pimentón dulce y aceite de oliva virgen.  Y en donde las manos de su dueña transforman en orfebrería culinaria los sencillos platos marineros, y en exquisitez la sublime indigencia del producto; haciéndote disfrutar sensaciones que nuestros nietos en el mejor de los casos, solo podrán leer en los viejos recetarios.
Pero además de la comida y la buena compañía, hay algo que me gusta en sobremanera, y es su luz. Esa luz de atardecer invernal que a través de sus cristales hace que intuya de manera hermosa, la amargura de esa otra  desalentada luz observada en la mar.
Y como casi siempre, cuando esa  luz efímera se esfuma, yo disfruto el momento como si lo estuviese recordando.
… Conozco un lugar en un pequeño pueblo de pescadores gallegos donde tuve el privilegio de haber sido adoptado, que se llama… A Taberna da Viuda (Bueu)

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