A veces tambien me rallo


-Tu eres un navegante- lanzo el muy excitado-. No tienes casa, ni mujer ni hijos. No hay día ni noche para ti. No eres dueño de tu sueño. Así que en pie, de guardia, vosotros. –Y golpeo con el puño una chapa como hace un marinero cuando llama a una bordada-. No hay invierno ni verano para ti. Trabajas con nieve y trabajas con lluvia, cuando los otros hombres se calientan alrededor de un fuego o se acodan a una barra. Durante treinta años recorres la mar, viviendo con otros hombres en una cabina, no tienes ni una cama tuya, escondes todo tu patrimonio en una caja.
“Si llegas a vivir esos treinta años, el mar te expulsara por ser demasiado viejo, y el otro mundo estará cerrado para ti, pues ya nadie te reconocerá. Si mueres, colocaran tu cuerpo encima de una tabla de madera encerada, arriaran la bandera y el capitán dirá: “Saluden”. A menos que saltes por encima de la borda después de arrojar tu gorra. Adiós, señores, la comedia ha terminado.

Édourd Peisson (Paso de linea, 1935)


Se comentaron algunas cosas acerca del cierre temporal de la cantina. Y puede que sea cierto que arrastrara un cierto cansancio ya, o que hubiera caído en ese estado previo en el que un hombre descubre que se ha quedado sin amarras y que para sentirse como en casa incluso daría por bueno que el camarero le pusiese perejil en la cerveza. Hasta yo mismo iba descubriendo con espanto que dejaba de ser un desconocido para convertirme en un extraño. La verdad que siempre fui reservado y algo irreverente, lo reconozco, pero en el fondo los que me conocieron siempre supieron que no cabe esperar nada de un tipo que lleva veinticinco años durmiendo en una cama que se mueve y no precisamente por lo que se mueven la mayoría de las camas. Facturo un montón de años viviendo emociones paradójicas, envidiando la vida regular de la madrugadora gente de diario, pero al mismo tiempo detestando el aburrido orden de la decencia. Llegué a creer incluso que no estaba hecho para la convivencia y que de haberme encorvado a la confortable rutina del hogar, sólo encontraría cálida la luz de la nevera. La mar era mi sitio, mi casa, el lugar ideal para alguien cuya idea del hogar era un horizonte con cortinas en la que las ondulantes curvas del agua fuesen tan familiares e inocentes como la letra de un parvulario. A veces creí sentir algo por la vida en tierra, pero no sería serio si no reconociese que al cabo de un tiempo me queda la terrible sensación de que había caído en ese estado de indiferencia en el que un hombre solo necesita un hogar para volver a él.
En realidad, todo es menos divertido y más sencillo. Solamente conviene tomar distancia antes de probar de nuevo a volar a través de las aceras. Incluso el pájaro más estúpido sabe que, en el mejor de los casos, la libertad consiste meramente en cambiar de jaula. El caso es que ni yo mismo apostaba por mí después de veinticinco años buscando escaleras bajo el cielo y sin caer en la cuenta de que estaba volando a ciegas. Alguien me dijo una vez que la vida es algo más que cambiar la boca que besas. Ahora vuelvo a mi cuaderno y lo hago con la voluntad de mantener el sentimiento y la acidez. Mi ausencia fue sólo una tregua para tomar distancia para el regreso, cambiar de color los abstracciones y difuminar los olores. Y también porque quería saborear el placer de pasar un rato en casa antes de que usar la cocina fuese allanamiento de morada. No está de más saber dónde tiene uno el freno, pero aunque te juegues el chaleco, siempre resulta más apasionante circular con los semáforos en ámbar. ¿Sabéis?, cuarenta y cinco años de contrariedades y de ilusiones entre amaneceres y atardeceres, me enseñaron que Madrid es mucho más interesante si la recorres con un plano de Valencia.


Fredo, en la mar a 28 de Febrero del 2009

Hare lo que pueda

Mira a ese muchacho que va a embarcar por primera vez, deambulando a bordo, perdido y desamparado como una embarcación que lleva su velamen sin que ningún timonel lleve el timón. Si supiera que cada día de su vida de marinero aprenderá algo y que al dejar la mar no lo sabrá todo, renunciaría. Si es fuerte, cuando empiece a desenvolverse bien, cuando para el la mar no sea solo una masa de agua, cuando empiece a ver como se dibujan en esa masa movimientos con un sentido y consiga descifrar el cielo y los vientos, le será imposible renunciar. Está obligado a entregarse, cada año más. Al principio es casi un juego, luego la mar y el barco hacen de él un esclavo. Por último, llega el día en que cree dominarlos, ser su amo. Pero nadie posee la mar, se es poseído por ella.

Edouard Peisson (El hombre de mar; 1943)



Sabias palabras las del refranero con aquel dicho de: “Sabe más el diablo por viejo que por diablo”. Digo esto, pues esta mañana arengaba a un mocetón bien acuartelado de músculos, pero con menos sangre que cazon seco, e imberbe en experiencia y oficio. Obteniendo como respuesta del susodicho, un...“eu farei o que poida” (haré lo que pueda), mientras me daba la espalda y hacia un despectivo gesto con sus hombros. Ni que decir tiene, que la replica de este que suscribe a tamaña desidia, pereza y falta de educación por parte del descarado mocetón, (ya que precisamente no es la mesura una de mis principales virtudes), fue una “leve” bronca -y entrecomillo leve-, precisamente por eso; por que fue leve, mas propia de un rapapolvos de padre a hijo que una buena andanada del calibre veinticuatro largada por boca de patrón... pues ahora, hay que guardarse muy mucho del tono empleado a bordo y mas si este es dirigido a un tripulante de distinta raza o país, -que hoy por hoy son los que forman la casi totalidad de la marinería- no vaya a ser que te pases la roja de escollera y en tu llegada a tierra te encuentres con representantes de la CIGA, UGT o Comisiones, esperándote a pie de escalerilla para acusarte con saña de xenófobo o racista.

Más tarde en el puente; confesionario donde expío mis culpas y reflexiono mis actos. Recordaba entre volutas azules de humo, mis duros aprendizajes y el enorme respeto que teníamos -ya no digo a contramaestres u oficiales- sino aquellos otros marineros que simplemente por ser más mayores que uno y tener más mili a sus espaldas, eran, o los considerábamos más sabios.

En aquella época las dotaciones estaban compuestas en su mayoría por españoles, a excepción de algún nativo obligado a tener a bordo -pues asi lo exigía la oportuna licencia que nos permitiera trabajar en sus aguas-. Las atenciones o consideraciones de los contramaestres con la marinería en aquellos tiempos (aunque fueran vecinos) eran escasas o más bien nulas. Muchas fueron las veces que mis dedos sintieron los secos y dolorosos golpes de la aguja de atar redes de mi contramaestre, por no prestar atención o simplemente perder la cuenta de los ballestrinques al apuntalar dos paños de red...Primero: -¡Plas!, en las uñas, y después: -¡Neno atende o chollo, joder!. Huelga decir que solo te explicaban las cosas una vez y después...!Zafate!, aplicando aquel viejo dicho marinero: “De noche se avisa solo una vez, y de día ninguna”. Era tu propio cuerpo, por la cuenta que le tenía, el que espabilaba incluso más rápido que tu mente. Aquellos hombres duros y bragados con los que te tocaba convivir seis largos meses en la mar siendo tú un jovencito recientemente destetado, eran simplemente de los de...mariconadas las mínimas.

Pase muchas noches amadrinado a ese sentimiento de cachorro abandonado, de necesidad de un mínimo afecto, de tener que lamerme mis propias heridas, cuando corría la toalla, que hacia el servicio de cortina en aquel desvencijado catre. Teniendo solo como consuelo la foto de la familia y la novia...contemplándolas ambas con amargura y aguantando lo sollozos que nacían en lo más profundo de mi pecho. Mientras esos rudos veteranos se ponían hasta el culo de cubatas, entre risas, cuarenta en bastos y cierres a blancas. Recuerdo los sufrimientos, las penurias y el dolor de las manos, cuando nada mas levantarte para la maniobra quedabas perplejo con aquellos sabios consejos de los viejos lobos que te decían que mearas en ellas. – ¿Mear en las manos?, tú te drogas tío- decía yo, negándome a tal cosa. Hasta que comprendí que si no lo hacía antes de empezar la faena; secas como estaban y encogidas como garfios, se rompían inmisericordes por las falanges, produciéndome un calvario de dolor y quemazón que tardaba sus buenos días en curar puesto que siempre estaban mojadas y llenas de sal.

Pero los peores dolores, además de los del alma y los físicos anteriormente nombrados, los producía el sueño. El sueño, es el peor de los tormentos en la mar, y de verdad os lo digo. Pero no ese sueño de una noche en vela, no....el otro. El de cienes de noches, el de dormir de pie frente a una descabezadora de merluza, o encima de los húmedos cartones de embalar filete. El de no importarte el frio y acolcharte encima de un aparejo para aprovechar diez minutos mas, el de veinte horas continuas de trabajo y cuatro de descanso...Que no eran cuatro, pues entre la ducha, un bocata que te metías entre pecho y espalda, y diez minutos llorandole tus penas a tu compañero mientras acababas el cigarrillo, se te quedaban en tres. Días y noches interminables en las Islas Malvinas con aquella lluvia helada que nunca tenía fin, aquellos cielos grises y plomizos de continuo, aquellas eternas singladuras que no finalizaban hasta llenarles la panza a aquellos monstruosos arrastreros de hasta tres mil toneladas. Verdaderas factorías flotantes donde se procesaban diariamente sesenta toneladas de calamar o merluza... Y si, habéis oído bien “sesenta mil kilos diarios” de pescado que había que extraerle al mar en arduas y peligrosas labores de virado y arriado de aparejos, para después clasificarlo, congelarlo, descargarlo y estibarlo en las bodegas...treinta hombres para hacer esa penitente labor y a ninguno se nos ocurriría nunca decirle a un contramaestre, cuanto menos al patrón o capitan “yo haré lo que pueda”...

Y por si algún joven piensa que estoy hablando de los tiempos en que el cabo Finisterre era aun soldado raso, se equivoca al ciento...pues de esto hace tan solo un par de decenas de años, que aunque este que suscribe tenga ya percebes en los huevos, de momento aun está viviendo la juventud de su madurez.

Publicado por el Capitan Tormentas en “Sextante” el 4 de Julio del 2007

Una semana bajo las sabanas


-Luis Alfredo Edward Gabriel, ¿Te enteraste de que nuestro presidente nos quita el día de San Valentín?
-No te alarmes Graciela María, que a cambio nos da “ la semana del amor”.
Así es como este caudillo populista se quiere asegurar que el pueblo venezolano no se distraiga con lisonjas, arrumacos, y mariconadas de enamorados un día antes de los comicios que decreto con el fin de gobernar hasta el próximo (o lejano) 2019, -ya que su anterior intento de patriarca vitalicio le salió como el culo-. Y como el cansino este, no está por la labor de levantar el rizón y hacerse a la mar de una puta vez. Ahí lo tiene el pueblo Venezolano… día sí, día también, dándoles vientos duros de sudoeste en las urnas.
En su última y esperpéntica aparición televisiva el autócrata justifico el decretazo diciendo que el día 14 hay que estar preparando la “batalla”. Que habrá tiempo solamente para algún “piquito” y “algo por encimita” nada más. Y que "Después del 15 celebramos la semana del amor. El 16, el 17, el 18, 19, 20, 21 y 22.. Y dele que son pasteles… Hasta el Carnaval". Incluso en pleno éxtasis populista Chavito se atrevió a dirigirse a la peña con un: "Levanten la mano los que piensan que el 14 habrá tiempo de algo alguito". Ni dios la levanto, por supuesto. No vaya a ser que se la corte al más puro estilo musulmán.
Joder!, con lo difícil que es acertar una vez al año con ese detalle que le guste a tu churri. Ese que, aunque en el momento parezca amor eterno, todos sabemos que después se esfumará tan pronto se meta por medio el cariño. Y el lumbreras este va y les mete a los pobres venezolanos una semana entera de detallitos y rompederos de cabeza.
Y ahora que a pesar de la puta crisis, vivimos tiempos de solidaridad, con esto y aquello, etc. Tiempos en los que somos capaces de matar a otro hombre pero también lo somos de aprovechar sus vísceras para salvar la vida de su peor enemigo ¿Quién se solidariza con este sufridor pueblo que tiene que soportar semejante losa con cara de granito, semejante rémora adherida a su piel, que no sale ni con lejía?...Einn
…Pero de verdad que no hay nadie que le pueda decir a este tonto del haba, a este tonto del ciruelo… ¿Por qué no te callasss?


En Gijón a 8 de febrero del 2009

Sindrome postvacacional... o eso dicen


Hay en la vida peligrosa del marinero una independencia que es fruto de la ausencia de la tierra.
En la orilla se dejan las pasiones humanas; entre el mundo que queda atrás y el que se va a buscar el marinero no tiene otro amor y otra patria que el elemento que lo transporta: ya no hay deberes que cumplir, ni visitas, ni diarios, ni política. La lengua misma de los marineros no es una lengua común: es una lengua semejante a la que hablan el océano y el cielo, la calma y la tempestad. Viven en un universo de agua entre criaturas cuyas ropas, maneras y rostro no guardan ningún parecido con los pueblos autóctonos: criaturas que poseen la rudeza del lobo de mar y la ligereza del pájaro; en su frente no se leen las preocupaciones de la sociedad; las arrugas que surcan sus rostros se parecen a los pliegues de la vela reducida, y no las ahonda la edad sino el cierzo, como en las mareas. La piel de estas criaturas, impregnada de sal, esta enrojecida y tirante como la superficie de un escudo golpeado por las olas.
Los marineros sienten pasión por su barco; lloran de nostalgia al separarse y de ternura cuando vuelven a él. No pueden permanecer en casa con la familia después de haber jurado una y cien veces que nunca volverán a exponerse a los rigores de la mar; no pueden prescindir de ella, igual que un hombre joven no consigue separarse del brazo de una amante tempestuosa e infiel.


A veces sentarse a escribir solo sirve para joder la letra, al igual que dejar la cerveza solo sirve para aficionarse a la ginebra. Eso es lo que me está pasando a mi últimamente, por eso me decidí a abrir de nuevo la cantina después de este largo paréntesis vacacional con un texto de FRANCOIS RENÉ DE CHATEAUBRIAND (Memorias de ultratumba, 1894).

No hace mucho una amiga de este garito me regalo un hermosísimo cuaderno de esos de tapas duras ribeteadas en dorado para que pinte en el mis pensamientos, y con el ánimo de que capitule ante el mensaje literario dejándome arrastrar por la hechizo de la pluma, o por el licor de una cuantas frases llenas de magia y de lisergia, como si sucumbiese a un porro de marihuana.. aunque más bien yo últimamente prefiera tambalearme con la lectura de un buen texto o perdiendo el sentido mirando un paisaje. Pero como buen marino disciplinado que soy y seré, así lo hice. Sin embargo, una cosa son memorias y frases garabateadas sobre unas hojas con olor a librería y a librera, y otra un texto legible a la vez que coherente para los demás.

Pero como de momento estoy de un vago fluido y con síndrome post vacacional, prefiero iros dejando perlas literarias de aquellos que alguna vez cogieron su pluma para escribirle a la mar, o sobre la mar, así la cantina seguirá oliendo a sal y yo me entretendré leyéndoos a vosotros y comentándoos, -que por cierto tengo mucho atrasado y bueno que leer-.

Aprovecho también para saludar a ese viejo bribón que volvió a largar cabos y desplegar trapo llamado Kaktus (entre los abonados a este viejo garito, lo encontrareis) y aunque soy más partidario del añejo dicho de que: cada can se lama su ciruelo, y que no se debe de recomendar ni a tu propia foto… navegar en su viejo bergantín y amurar sus letras sigue siendo una gozada para todos aquellos que os guste leer algo bueno con olor a vieja barrica de roble y a brea.

Así que, como pondría en el diario de a bordo…
“Comenzamos la presente singladura, navegando y sin novedad”


En Gijón a 3 de Febrero del 2009

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