Con motivo de mi pasado cumpleaños, me permito la licencia de rescatar de mi viejo Cuaderno de Bitácora este escrito. Espero que os guste y os de que pensar.
Un día cualquiera, en un ambulatorio cualquiera, de una ciudad cualquiera...
D. Manuel jubilado hace ya una década y asiduo cliente de dicho establecimiento enciende su cigarrito nada más bajar del autobús aprovechando que hoy la Dolores no pudo acompañarlo, pues tuvo que llevar a su nieto a la escuela ya que la Manoli tiene el coche en el taller y se tuvo que levantar una hora antes para llegar a tiempo al trabajo.
-En fin...no hay mal que por bien no venga, una mañana de tranquilidad sin esa bruja por el medio, cof, cof, coooff,- se dice D. Manuel apurando una última y sabrosa calada antes de subir -no con poca dificultad-, las escaleras de entrada a la clínica.
-Buenos días Sr. Manuel, cada día está usted más joven- le dice una recepcionista, más fea que el parto de Mick Jagger y que parece haber usado un rodillo para maquillarse. Mientras le mete su papelito del numero de turno en medio de la vieja y manoseada cartilla de la seguridad social - Mmmm…..días,- contesta el.
-Ya sabe, segunda puerta a la derecha- le sigue diciendo la torda.
-Viejo sí, pero no pánfilo, cretina. Llevo diez años atravesando la misma puta puerta- masculla por lo bajo D. Manuel al tiempo que con la mirada busca un sitio donde descansar sus viejos y cansados huesos, en espera de que lo llamen a consulta.
Apoyado en su bastón y dando pequeños pasos de muñeca de Famosa atraviesa la sala y se sienta en una silla de plástico no sin poca dificultad, -cof, cof, coff, arrrrggg-.
Al poco se sientan a su lado dos marujas sexagenarias que tienen un enorme parecido con su legitima o con la recepcionista pintada a brocha. Mismo tinte, mismo corte de pelo, misma blusa clara con un par de botones desabrochados dejando entrever un canalillo que haría dos décadas seria un hermoso preludio de lo que se encontraba oculto, pero que ahora estaba surcado de arrugas más profundas que la falla de San Andrés. Mismo pantalón de traje semi apretado marcando unas lorzas asfixiadas por unas bragas que tranquilamente podrían ser usadas como camisetas por el mismo. Y de calzado los ya clásicos zapatos negros de medio tacón marca “Sor Angustias de la cruz”...En fin, el uniforme oficial de la sexagenaria española que lleva muy mal eso del paso de los años.
–Llegada a una edad todas son iguales-...piensa él. Y a ver si va a tener razón aquel que dijo que las mujeres pasados los cuarenta ya no se maquillan...!se restauran!-, jejeje...Se reía de sus propios pensamientos el cabroncete al tiempo que las observa por encima de sus viejas gafas de nácar.
-Pues sí, Paqui si...la juventud se lleva por dentro... la edad es lo de menos- le dice la una a la otra mientras se sientan.
-Hay que joderse- piensa el abuelete, -estas también fueron contagiadas por el virus de “la juventud no tiene edad”-
-¿Verdad que sí, señor?- le suelta una de las loras
-¿Verdad que sí, el que?- gruñe D. Manuel
-Que la juventud se lleva por dentro-...contesta la momia
- Si señora sí, ya ve usted. Y tanto que se lleva por dentro, que si no fuera por mis setenta y dos años, mis dos operaciones de próstata, mi ciática, mi enfisema pulmonar, mi reuma y que hace tiempo que esta no funciona ni con un kilo de viagra. Si no fuera por todo eso señora...le andaría a usted en las muelas ahí mismo con toda mi juventud interior-, señalando el lavabo de la consulta…
-¡Pero bueno…!
...Y rescatándolo de una inminente tormenta tropical de fuerza diez. La voz aguda y estridente de la enfermera suena desde el interior de la consulta...
-¡Que pase el siguiente por favorrrr!-.
-Salvado por la campana- piensa D. Manuel aupándose trabajosamente sobre su bastón
-Hombre D. Manuel, por usted no pasan los años-, le dice el doctor al tiempo que cruza el umbral de la puerta.
-¡No joda!..... ¿Usted también?-...