Corazon de sal


Fuera en la calle, llueve y braman ariscos los vientos entablados del sudoeste en este gris y triste amanecer de semana. Eso y mas, hace que a este viejo bribón que suscribe le llueva el alma por dentro, Y como dulce y anhelado purgatorio cierre los ojos y los deje aullar en lo más profundo de su corazón, haciendo que este duela, como duele el corazón de un enamorado cuando comprende que ha de alejarse del ser que considera una parte de si mismo, como cuando el oro se destiñe de su brillo y el incomparable azul de la mar se convierte en el negro mas oscuro. Os aseguro que en esos tristes momentos, es cuando parece desplomarse el telón de nuestra vida, es cuando se pierden las imágenes de la palpitación eterna y la armonía diaria se diluye como sal en el agua.

Aunque uno sea optimista, -desde luego de forma moderada- gracias a los cuarenta y cinco años de mochila a hombros, y no al estilo de otros que lanzan chirimías sin medida, para después descabalgar el santo. Los mil problemas que van surgiendo en la vida como piedras de escollera que afloran con la bajamar, rozan una y otra vez las chapas del pantoque del alma, abriendo una vía de desazón y recuerdos en el más bragado y atrincherado de los corazones.

En días así, la morriña de los recuerdos abona la fertilidad poética de la memoria haciendo que de la marea a uno solo se le quede grabado el olor de las algas en la bajamar, al igual que de las postrimerías del último verano de la infancia uno solo suele recordar la bicicleta pinchada, las golondrinas abanicando los sepulcros y unas ajadas bragas en el tendal de las toallas. Tal vez sea por eso por lo que la mar se disfruta más cuando el transcurso del tiempo ha hecho irremisible su pérdida y podemos recordarla con una mezcla de exactitud y de leyenda, en esa delirante y mórbida distorsión que suelen causar la acetona y la fiebre en la siesta de los niños. No se trata de que haya olvidado como eran en mi vida la mar y los escollos, los amaneceres, los atardeceres y los hombres que llevan la piel tatuada con profundos surcos de vida. Sino de recordar que ya entonces tenía por costumbre sentarme frente a cualquier paisaje y cerrar los ojos para intentar redondear la realidad con la imaginación, como si el panorama no estuviese acabado sin las pinceladas con las que tantas veces suele la fantasía completar las nimias imperfecciones de la belleza.

Repaso viejas fotos de mi vida en la mar y la minuciosa realidad casi matemática de la fotografía merma la emoción de los recuerdos, su literatura y su leyenda, porque nada perjudica tanto el olor de las flores como saber de ellas la tumba, el estiércol y su precio. A lo mejor es que las cosas de la mar se recuerdan mejor cuando con el paso del tiempo se tiene más fresco su olvido.


Fredo
Vigo a 10 de Marzo del 2008


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